lunes, 16 de abril de 2018

TAGORO DE BUJAMÉ




En una vistosa degollada entre Teno Alto y Buenavista, se conserva el que seguramente es el único y completo tagoro guanche que resta de los muchos que existieron en Tenerife. Bien que subamos por el Camino del Risco (o del Muerto, nombre debido a lo transitado que fue para llevar a los difuntos al cementerio del pueblo) o que lo bajemos desde la espléndida meseta de Teno, hemos de encontrarlo a medio camino.
Sorprenden sus piedras en círculo, con una redonda al centro, así como en gran parte, otro círculo interior para sentarse. Impresiona si llegamos desde abajo, por un camino en continuo ascenso y muchas veces bastante expuesto, y nos recreamos en la placidez de esta construcción sencilla con varios siglos de antigüedad, casi al borde de un acantilado soberbio, pero resguardado y sereno en un afloramiento de toba roja.


Si por el contrario se contempla en la bajada, después de encontrar distintos paisajes en poco espacio (bosquecillo de monte verde, un trozo volcánico graciosamente esculpido por la erosión, planicies y laderas con decenas de abrigos pastoriles, piedras incrustadas como ojos más abajo de un almagre inesperado), y de desviarse hacia la cueva de los ataúdes, se nos aparece plácido en el pequeño llano, esperando que nos sentemos a percibir el murmullo sutil de las conversaciones guanches, y quizás hasta podamos distinguir un rumor que exhalan algunas hendiduras de las piedras, tal vez del propio mencey de la zona organizando la reunión.
Diferente al que visité hace décadas en El Hierro, este de Teno es más abierto, con piedras gastadas, varias de gran tamaño y un piso terroso con hierbillas, algo hundido en el centro. Sería por ese pequeño desnivel, una vez se encharcó por la lluvia, llegando incluso a rodar  varias piedras de la construcción, aunque por fortuna, alguien las retornó a su lugar.


Como en numerosos vestigios valiosos que aún tenemos, no tiene señales de protección, ni tampoco un sencillo cartel que informe de su indudable trascendencia. Pienso en la Medida del Guanche, los dameros de La Centinela, la Piedra de los Valientes, los grabados de Ifara, los goros de Rasca y otros muchos restos que salpican el territorio isleño.
El tagoro de Bujamé lleva siglos allí y esperemos que así siga, acogiendo a quienes pasan y descansan en sus asientos centenarios, la mayoría ajena a las huellas de un pasado aún por completar.


Texto y fotos, Virgi