jueves, 9 de noviembre de 2017

Tejeda, Gran Canaria



Catalogado como uno de los pueblos más bonitos de España,  Tejeda nos ofrece una estampa blanca, pulcra, verde, muy montañosa.
Blanca por sus casas y muros, al borde del barranco o de las calles, bajo las enredaderas o las espadañas de la iglesia. 




Pulcra, porque no hay un espacio sucio ni un papel en el suelo, los adoquines no compiten con colillas, plásticos ni envoltorios. Verde, por los almendros de las huertas, colgados en los riscos, orillando parcelas, festoneando el paisaje; con las almendras en ofrenda al paseante, aunque aún no sea su tiempo. Montañosa, por lo que le rodea, un circo rocoso que viene a formar la caldera de Tejeda, una gigantesca formación volcánica de la que sobresalen dos auténticos resilientes: el Roque Nublo y el Roque Bentayga.



 Ambos peñascos son formidables (pitones fonolíticos según la geología), y llegar hasta su base una experiencia sencilla, obligatoria –si andamos por la zona- y grandiosa. Desde el Nublo, al atardecer, se divisa la caldera y muchísimo más, incluso el Padre Teide sobre las nubes, controlando el archipiélago. En una planicie, llamada el Tablón del Nublo, se posa el Roque, tal cual como acabado de plantar, incrustado sin trabajo por algún cataclismo primigenio. Símbolo de la isla, tiene una fuerza plástica indudable, lo mires desde donde lo mires, cerca, lejos y hasta desde Tenerife.
Subir al Bentayga requiere parecido esfuerzo, pero posee este lugar otras connotaciones más visuales e históricas, como el muro aborigen que lo contorna en parte, los escalones bien colocados y el premio final: el Almogarén, un espacio plano labrado en la piedra que, según algunos estudiosos pudo haber sido un lugar de culto relacionado con los astros, mientras otros se decantan por una vivienda con características especiales e incluso un sitio defensivo. Tiene en el centro una enorme cazoleta, así como otras más pequeñas, y dos oquedades bien trabajadas que quizás eran graneros o refugios, todo esto según diversas fuentes consultadas. Sobrecoge el lugar, al filo del abismo por un lado y con una pendiente pronunciada por otro, donde, a tenor de las crónicas, hubo gran población en numerosas cuevas, de las que algunas conservan grabados rupestres.
Fue el Bentayga escenario de un episodio importante en la conquista de las islas. Dice Abreu y Galindo que en este Roque se refugió Bentejuí, último Guanarteme de  Gran Canaria, junto con muchos de los suyos, en enero de 1493, ante la acometida de los españoles: “…se defendieron con valor que, por mucho que hicieron, no les pudieron ganar el paso, arrojando grandes galgas y piedras por los riscos y ladera abajo, que dejaban caer. Aquí mataron los canarios a muchos soldados e hirieron a tantos…”
Son Nublo y Bentayga dos centinelas apostados en lo alto, silenciosos, sabios, contundentes. Dueños del paisaje que los rodea, se mantienen alerta, en el conocimiento de que nosotros pasamos y ellos siguen, en una ceremonia de la Naturaleza cuyo ritual va mucho más allá de los visitantes, pequeñas hormigas recorriendo un paisaje mágico, sin acabar de entenderlo nunca.




Hemos de volver a Tejeda (plácida y coqueta, según la dejamos), para contemplarlos desde abajo, mientras apuntan a un cielo que seguramente conocen mejor que nosotros.















Texto y fotos, Virgi

Julio 2017