domingo, 5 de noviembre de 2017

El Semáforo de Igueste























En reuniones familiares, mi padre solía contarnos acerca de sus excursiones de jovencillo, primero cuando era boy scout y luego con amigos, o bien solo, cosa que hizo en numerosas ocasiones. Conocía muy bien Anaga y Las Cañadas y le encantaba hablarnos de barrancos, guardas forestales, refugios y senderos diversos, en una época en que moverse no era tan fácil como ahora, aunque por fortuna, guardamos muchas fotos y otros detalles típicos del hombre minucioso y ordenado que fue, con sus apuntes de excursiones, diplomas de escultismo, inventarios y anotaciones de todo tipo.



Uno de los sitios que nombraba era el Semáforo de Igueste de San Andrés, al que fue varias veces y del que hablaba maravillas (situación, materiales, uso, construcción). Transcurrió un largo tiempo y mi padre ya no estaba con nosotros cuando lo visité por primera vez. Me pasé gran parte del camino de subida recordando sus historias de caminante y sentía cierta tristeza no haberlo hecho mientras vivía para poder contarle mi experiencia. Cuando llegué al edificio, sentí lo contrario, que mejor no supiera de su estado.



Sin ventanas ni puertas, el mástil caído, la vistosísima sala hexagonal pintada de graffittis y el techo medio derrumbado; los baños que fueron usados por personal de la Marina, con los azulejos destrozados, al igual que las cocinas y el resto de las habitaciones;  los variados pisos de baldosas hidráulicas, se adivinaban malamente entre los escombros, la basura y alguna enredadera salvaje.



Construido alrededor de 1885 para avisar al puerto de Santa Cruz de los barcos que se acercaban mediante telegrafía, así como con banderas a los propios buques, también tuvo mucho que ver la Casa Hamilton en la construcción de esta notable edificación, que estuvo en funcionamiento hasta los años setenta del siglo XX.


 Rodeado de un patio bien protegido, el Semáforo poseía dos aljibes y un horno en el exterior; un pequeño paseo de entrada hecho de losas labradas, así como todas las cornisas, jambas y adornos, realizados en tosca roja, que abunda en la zona. Otro asunto admirable es el camino carretero, hecho a pico desde el barrio de Igueste, en subida continua, atravesando numerosos diques y toba, con un canal por un lado que recogía el agua de la lluvia, evitando así los desperfectos de las escorrentías. Este sendero causa casi tanto asombro como el propio Semáforo y en las paredes se ven aún las marcas de las herramientas, manteniéndose incluso una parte de los muros recubiertos con cal y arenilla.
Es en definitiva, un paseo muy recomendable, que mueve a la curiosidad de saber más acerca de su fábrica, función y usos, sin perder de vista la relevante relación con la Casa Hamilton, tan fundamental en el devenir de Santa Cruz y de la isla en general, siempre con proyectos avanzados para el comercio y los negocios.

Lo lamentable es que, ahora que he ido ya tres veces, lo veo cada vez más deteriorado y no puedo evitar pensar en mi padre y su amor por tantos lugares de Tenerife, como para él fue el Semáforo de Igueste.




Texto y fotos, Virgi

18 febrero 2017