martes, 30 de mayo de 2017

VOCES XXIII



La chiquilla, sarpeta como pocas, iba en busca del baifo, entaliscado en la morra. Liviana andaba por las chapas, en la seguranza de que el animalillo, trabucado entre los teniques, se dejaría atrapar. Le había tocado a ella ese menester, porque el zorullo del hermano se hacía el longui, medio volado después de los tanganazos del convite, hasta el punto de pegarse un tamborazo cerca del tanque, cuando fue a revisar la jiñera, por ver si la alpispa había caído al fin en la trampa, menudo maleta.
Bueno, tampoco ella se quedaba atrás, se había embostado de queque a tutiplén, mojo con gofio, carne fiesta y el par de botellines de orange crush que se bebió refistoliando en el pajero.

Media zumbada estaba, pa’ qué decir que no, aunque si le preguntaran, diría lo de su madre: “Bueno, pasaderita”, como si esa palabra lo resumiera todo. Porque a torrontuda no le ganaba nadie, así iba de morra en morra y con un zangoloteo en las tripas que la cagalera ya la tenía en puertas. Pero por allí seguía, bien pareja entre las pencas y el pedrisquero, a punto de esriscarse y que le diera un paralís.



Texto y foto, Virgi